viernes, 25 de abril de 2014

Hasta siempre, Tito



Sin decir nada. Así apareció en nuestras vidas. Casi sin quererlo, se hizo un hueco en los corazones de todos. Sin llamar la atención de nadie. Callado. A la espera. Así fue entrando poco a poco. Paso a paso. Lentamente, sin ánimo de ser mediático, llegó a la cima. Ganó todos los títulos habidos y por haber junto a su inseparable. O esto es lo que parecía hasta que este inseparable se separó de él y tuvo que luchar solo. Lo consiguió como buen luchador que era. Y triunfó. Ganó una liga de récord que ya pocos recuerdan. Se convirtió en eterno. Y todo sin que nadie se diera cuenta.  

Pocas personas habrá más culés que Francesc Vilanova Bayó. Ese niño que nacía en Bellcaire, una pequeña población de la provincia de Gerona, parecía tener la sangre tintada de azulgrana. Poco tardó en mostrar el amor por sus colores. Enseguida ingresó al club al que, de una manera u otra, estaría vinculado durante toda la vida. Allí, en la Masia, creció y se formó. Fue subiendo peldaños, pero aquel chico nunca llegaría a brillar con el primer equipo azulgrana. Deambuló por toda España y recaló en distintos equipos de primera y segunda división. Allí donde iba ayudaba aquel centrocampista que tan buen juego desplegaba y tanto se sacrificaba por su equipo. Destacó en campos de equipos modestos españoles como Figueres, Celta, Badajoz, Mallorca, Lleida, Elche y Gramanet.

Tito se reencontró con Pep en su etapa como jugador celtiña.

Pero su verdadero momento llegaría algunos años más tarde, cuando volvería al club de sus amores como entrenador del cadete, donde se encontraría con algunos de los que acabaron haciendo historia con él posteriormente: Messi, Cesc y Piqué.

Tito fue rondando por los banquillos de clubes catalanes hasta recalar en el Barça B con un buen amigo, con quien había forjado un fuerte enlace en categorías inferiores del club: Pep Guardiola. Aquello fue el inicio de una gran pareja, que quedará para la posteridad en los libros de historia del FC Barcelona. Aquel dúo subiría de categoría al filial, cosa que les hizo merecer empezar una aventura en el primer equipo, lo que verdaderamente sería el punto de inflexión en su carrera. Cuando llegaron a ese grupo plagado de estrellas, muchos discutieron su capacidad para llevar tal responsabilidad. Inocentes todos, no sabían lo que les esperaba: la mejor etapa de toda la historia del club. Y todo con aquel par de jóvenes de la casa que llegaron al equipo sin experiencia. Tito había formado parte de todo ello. A la sombra de Pep, eso sí, pero fue tan decisivo como el de Santpedor. Como se dijo un día: “Pep no hacía nada sin consultarlo antes a Tito”. Y es que Vilanova tenía gran parte de culpa de los éxitos del equipo. Pero, pese a todo, prefería seguir fuera de los focos mediáticos. Ni aquella lamentable escena con Mourinho haría que aquel hombre tan discreto quisiera adquirir más protagonista del necesario. Trabajaba para el equipo sin interés personal. Se sacrificaba siempre por los otros. Y así era tanto en lo profesional como en lo personal. Uno era el espejo de otro. No miraba para él, sino para los otros. Incluso en los últimos días de su vida, casi se preocupaba más por lo que hacía el Barça que por su enfermedad.

La amistad entre Pep y Tito perduró años, y esto influyó en la consecución del triplete.


Y siguió a la sombra hasta que Pep se fue. Entonces no se sabía de su futuro, pero el club confió en él pese a que ya se había conocido su enfermedad, y él lo aceptó gratamente. Y lo hizo aunque sabía que era probable que su tumor volviera a reproducirse. Lo hizo mostrándose valiente. Mostrándose luchador, porque, como dijo él, “valora dónde estás y lo que tienes, porque nunca sabes cuándo llega tu momento”. Y, como siempre, no lo hizo para alcanzar la fama en lo personal, sino para ayudar a su club a alcanzar todas las metas posibles. Tito ganó aquella liga. Otro título en su haber. Pero entonces ya volvía a estar enfermo y tuvo que dejarlo todo. Tuvo que dejar su sueño, aquel sueño que Zubizarreta le había ayudado a cumplir, para ganar el más importante de todos los partidos, contra el rival más difícil. Luchó hasta el final, como solo sabía hacer. No cedió nunca, su carácter no se lo permitía, porque, a pesar de que pueda parecer un hombre muy tranquilo, tenía mucha personalidad.

Así era el Barça de Tito.

Luchó, pero acabó perdiendo el título. Se nos fue, pero ahí queda en la memoria de todos los barcelonistas y de todo el mundo del fútbol, por lo que aún sigue muy vivo. Ahí queda la figura de un padre de familia, de un chico de pueblo sencillo que intentaba pasar desapercibido y que dio los mejores años al Barça, apoyando siempre el estilo de juego que caracterizó a ese equipo, al que amó como el que más y en el que dejó una huella imborrable. No es para menos, había participado en el equipo más exitoso de la historia del club. Todo, eso sí, sin hacer ruido. Así era él. 

Una imagen que quedará siempre en la mente de los culés. Tito enseña la Liga a su afición junto a otro luchador, 'Abi'.

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